El universo misterioso by Rocco Sarto

El universo misterioso by Rocco Sarto

autor:Rocco Sarto
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
publicado: 1981-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO V

—¿Cuántos días más, muñeca?

—No lo sé. Llevo toda una semana analizando las muestras y en cuanto las disuelvo para confeccionar la cobertura de la nave se descomponen.

—Yo tendré el navío dispuesto para dentro de... digamos cinco días y luego todo dependerá de ti.

—He alimentado a «Nasha» con las últimas valoraciones. Espero que consiga darme una respuesta acertada.

—¿Qué es lo que falla?

—El disolvente de la muestra. Tengo suficiente material de ese caparazón como para producir todo el revestimiento necesario, pero no consigo dar con el disolvente adecuado para fijar la solución sobre tu nave. Es el disolvente el que está fastidiando la operación.

—Tranquilízate, sé que haces todo lo que puedes.

—¿Crees que estarán vivos?

—¿Y tú?

—No lo sé.

—Vamos, no me digas ahora que la voluntariosa y eficiente científica está perdiendo su buena fe.

—Deseo que estén vivos y deseo hallarlos, pero confieso que a medida que pasan los días se hace más difícil para ellos.

—¿Por qué?

—Están desnudos y desprotegidos en un sitio que ni siquiera sabemos cómo es. ¿Cómo quieres que me sienta?

—De acuerdo, pero mientras exista una sola posibilidad procuraremos utilizarla.

—Hago lo posible.

—¿Qué haces ahora?

—Nada. Tengo que aguardar la respuesta de «Nasha».

—Ven entonces, cariño, procuraré relajar esos nervios en pie de guerra que te arrugan el entrecejo.

—¿De dónde proviene tu buen humor? —rio ella, vencida por los comentarios de Duke.

—¿Te lo digo?

—Desde luego.

—¿Seguro que quieres saberlo?

—¡Claro que sí, payaso!

—Bien, tú lo has pedido...

—¿Y bien...?

—Del miedo, estoy aterrorizado.

—No te creo —dijo ella, besándolo con fuerza en los labios mientras salían del laboratorio.

—Es lo que yo pensaba —rio Duke.

Sin embargo, los dos sabían que era cierto. Estaban aterrorizados por toda la situación y sólo actuaban para combatir la indolencia, aunque tal vez tuvieran todavía una posibilidad de atravesar la caparazón gelatinosa del fin del universo y acceder al más allá en que se habían perdido sus compañeros; los dos sabían perfectamente que jugaban con desventaja.

—Miénteme —pidió ella, sobrecogida por el deseo.

—Te odio —dijo Duke.

Fuera de la nave, en el espacio oscuro y final, allí donde el silencio tropezaba con el muro del círculo último, el tiempo parecía haberse detenido para siempre.



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